Las moscas se hacían eternas en su viaje por las corrientes de aire. Durante semanas me había dejado crecer un cabello debil, frágil, casi trasparente, más sardónico que otra cosa.
Busqué una silla y me senté, callado, vacío, unicamente vestido con unos calzoncillos negros y unas gafas de sol made in USA que me protegían de la luz cegadora. Se acabó el experimento. Intento fallido. No volvería a exhibir la melena rubia que tanto habían fotografiado mis padres cuando era pequeño.
La máquina descansaba burlona sobre la mesa. Sus hojas de metal, ansiosas por surfear mi cabeza, brillaban sedientas. Menuda mierda, pensé. Seré un calvo el resto de mi vida. Bueno, lo he sido durante muchos años, no pasa nada. No peines. No champú, acondicionador, peluquerías, etc. ¿Cuanto dinero habré ahorrado en todo este tiempo? Además, como diría Samuel L. Jackson tengo el jodido craneo jodidamente bonito.
Bah. Me resigné después de aquello tendría que afeitarme bien con maquinillas de las de toda la vida. Tenía tarea para rato. Bah, digo. Yo solo quería luchar contra el paso del tiempo. Jugar a ese juego conocido y perdido.
Agarré la afeitadora y la encendí. Rugió excitada y vibrando en mi mano, asustando a un par de abejorros. Me la pasé por la cabeza. Una pasada, otra...y otra. Me pareció que con cada nueva disfrutaba más. La máquina. Yo miraba al suelo y a los lados y veía caer los restos de mi juventud. Una más.
Los mechones hulleron arrastrados por el viento, conocedores de mi rechazo. Cogí uno con la mano libre y lo deshice entre mis dedos, como si fuese polvo.
El olor de las flores me trajo recuerdos de tiempos mejores.
Busqué una silla y me senté, callado, vacío, unicamente vestido con unos calzoncillos negros y unas gafas de sol made in USA que me protegían de la luz cegadora. Se acabó el experimento. Intento fallido. No volvería a exhibir la melena rubia que tanto habían fotografiado mis padres cuando era pequeño.
La máquina descansaba burlona sobre la mesa. Sus hojas de metal, ansiosas por surfear mi cabeza, brillaban sedientas. Menuda mierda, pensé. Seré un calvo el resto de mi vida. Bueno, lo he sido durante muchos años, no pasa nada. No peines. No champú, acondicionador, peluquerías, etc. ¿Cuanto dinero habré ahorrado en todo este tiempo? Además, como diría Samuel L. Jackson tengo el jodido craneo jodidamente bonito.
Bah. Me resigné después de aquello tendría que afeitarme bien con maquinillas de las de toda la vida. Tenía tarea para rato. Bah, digo. Yo solo quería luchar contra el paso del tiempo. Jugar a ese juego conocido y perdido.
Agarré la afeitadora y la encendí. Rugió excitada y vibrando en mi mano, asustando a un par de abejorros. Me la pasé por la cabeza. Una pasada, otra...y otra. Me pareció que con cada nueva disfrutaba más. La máquina. Yo miraba al suelo y a los lados y veía caer los restos de mi juventud. Una más.
Los mechones hulleron arrastrados por el viento, conocedores de mi rechazo. Cogí uno con la mano libre y lo deshice entre mis dedos, como si fuese polvo.
El olor de las flores me trajo recuerdos de tiempos mejores.
3 comentarios:
Además, los más guays siempre son calvos, mira sino, Vin Diesel, Samuel L. Jackson, Michael Jordan, Albert Einstein, Lenin, el Señor Miyagi, y como no Antonio Lobato.
Querido cornelius:
"Dios hizo unas cuantas cabezas perfectas...y al resto les puso pelo"
Telly Savalas, alias Kojack.
¡Calvos rules!
jaja vaya dos calvos...
A mi las cabezas rapás mmm
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