lunes, 28 de mayo de 2007

NORMAS PARA LA DECADENCIA

Creo que me interno en el verano de mi vida. La piel ya no es tan tersa, se agrieta. Se multiplican las manchas por mi dermis, los errores celulares, erosiones palpitantes, una y otra, y otra más.

La mirada adquiere profundidad y pierde brillo, eclipsada por la consciencia. El respirar se hace más doloroso, sabedor de su cruel finitud. La angustia adquiere mil formas y espera en cada bar, en cada esquina, para lanzarme una mirada burlona, cagarse en mi vida y dejarme torturado con mis pensamientos.

Hoy me han dicho que tengo algo de colesterol. Un poco, nada por lo que preocuparse. Y cuando me dicen que no me preocupe, no puedo evitar preocuparme. Es como si a un niño le dices que no mire en el cajón. El niño va y mira. Yo, que como todos no soy más que un niño fracasado, voy y me preocupo.

Coma menos grasa. Haga más ejercicio. ¿Come mucho queso? No coma tanto queso.
¿Como ha sabido el puñetero médico que esta mañana me he comido medio mollete con delicioso, fuerte, recio queso canario traido por mi mamita de las Islas Afortunadas?

Paréntesis paranoide. La Okrana le hecharía la culpa a mi médico hebreo. Los zaristas para eso eran geniales. Se sacaban un progrom de donde les daba la gana y cuando convenía, que era más a menudo que a poco. Toca resignarse. Fin de paréntesis, continuidad de la paranoia.

Todo en esta vida al final se organiza en normas, impuestas o autoimpuestas. Normas para la decadencia.

No hay comentarios: