martes, 24 de julio de 2007

CRUCE DE CAMINOS. Una historia iniciática.


Imagínese que llega el holocausto nuclear. La televisión se apaga para siempre. Piense por un momento que su Ipod no va a funcionar, que lo va a inutilizar el pulso electromagnético. Sus seres queridos, sin tiempo para gritar, quedarán solarizados contra una pared. Las flores que cultiva su padre con delectación y mimo se fundirán en un brillante microsegundo. Cuenta hasta diez. Todo terminado, kaputt, finito.

Ahora véase erguido entre los escombros, quitándose el polvo de la ropa, quizá algún vecino. Por los azares del destino ha sobrevivido. Tiene ese sabor ferroso y familiar en la garganta... igualito que cuando le sangraba la nariz en la escuela. Traga, escupe. Un diente. Vaya. Se mesa el pelo, y cuando contempla su mano, blanca de ceniza, ve que entre los dedos ha quedado prendido un generoso mechón de cabello. Sí, es una putada.

La nube radioactiva le envuelve y usted camina entre casas destrozadas, coches que todavía arden, cables eléctricos que chispean. Sigue una carretera y pierde la noción del tiempo.

Ha llegado a un bosque que parece intacto. Se para, está cansado, suda y le cuesta respirar, siente que algo anda mal, incluso peor. Se apoya en un arbol un momento antes de continuar. Sus células están envenenadas. Espera a se le aclare la visión, toma aire. Solo un segundo más, uno solo.

Mira al suelo, digiere lo que ve y sonríe ante la ironía. En su caótico paseo acaba usted de llegar a un cruce de caminos.

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