lunes, 11 de julio de 2011

ESPAÑA: GUERRA ZOMBI. Adelanto.


Este es la primera parte del primer capítulo de un libro que he terminado recientemente. Es la historia de Alejandro Noriega, un escritor español de tercera categoría que es contactado por la ONU (o lo que queda de ella) para realizar un informe sobre la Guerra Zombi en España. Espero que os guste y que podais encontrar pronto la novela completa en la estantería de vuestra librería favorita.

NORUEGA


I

Nunca le había reventado la cabeza a nadie. Nunca… hasta aquel día.

La pandemia me había pillado fuera. En Noruega. El cuerpo desnudo y muy activo de una joven fisioterapeuta me había hecho encender la televisión menos de lo normal.. Lo hacíamos ocasionalmente, entre sesión y sesión de sexo, cuando reponíamos fuerzas con un café largo o una sopa de fideos de sobre.

Las noticias eran confusas. Por un lado estaba el volcán, que de cuando en cuando interrumpía el tráfico aéreo en alguna zona de Europa, dependiendo de la dirección de los vientos. Por otro, un importante atentado terrorista en un almacén de armas de una república caucásica de nombre marciano. Japón, las revueltas en el Mundo Árabe…

Mientras preparaba pasta en la cocina, ella me contó alterada que algunos países habían cerrado las fronteras. Schenguen había sido suspendido temporalmente, al parecer para evitar el colapso de los sistemas públicos de salud y los centros de acogida. Hablaban de una epidemia que traían los refugiados, una gripe feroz. Luces de neón anunciaban con horror en todo el mundo: PANDEMIA.

La gente estaba más preocupada que nunca. Se hacía acopio de víveres, las mascarillas se agotaron en las farmacias y se multiplicaron los crímenes y las agresiones. El mundo parecía haber caído en las garras de la paranoia. Italia y Rusia decretaron el toque de queda. Internet funcionaba cada día peor, al igual que la cobertura de los móviles. Las cenizas del volcán ocasionaban interferencias, dijeron por la radio.

Una mañana oí como ella se desplomaba en su camino hacia la casa. Escuché el sonido acolchado de su cuerpo hundirse en la nieve. Estaba preparándole una tortilla española con mucha cebolla, como a ella le gustaba. Me cubrí con un abrigo y salí a ayudarla en pijama. La levanté como pude y la llevé en dirección a la puerta.

Estábamos en el vestíbulo cuando lanzó su primera dentellada al aire. Gruñía y hacía un extraño ruido, una especie de “clac” con las mandíbulas, inhalando con fuerza, como si me oliese. Al caer su gorra de lana, dos ojos cegados de blanco, desvaídos, muertos me miraron ansiosos. La solté de puro miedo. Ella se incorporó. Parecía desorientada, explorando el vacío a mordiscos.

Ayer me desperté en mitad de una pesadilla. Ella me hacía el amor de nuevo, sonriendo, mirándome sin verme con esos ojos de un blanco turbio, sucio como la nieve que aquel maldito día cubría el jardín.

Embistió torpemente hacia mí y, al esquivarla, estuve a punto de caer al tropezar con un viejo microondas que había en el suelo.

Yo era más fuerte que ella, al menos antes de...

La agarré con dificultad por la espalda para intentar inmovilizarla.

-Kristín, Kristín…¿Qué coño te pasa?

No respondía. Se revolvía agitándose, propinaba patadas sin fuerza, temblaba. Por un segundo me pareció estar bailando con una yonki hasta las cejas de cocaína. Proyectó su cuello varias veces, como una cobra, y estuvo a punto de morderme el antebrazo. Entre sus gemidos guturales oí como se fracturaba alguna costilla.

La aparté de mí con fuerza y ella perdió el equilibrio, volviendo a caer al suelo, junto a la cama.

Mierdamierdamierdaseguro

quesehainfectado

sehainfectadopordiosseguroque

hasidoenelputohospitalseha

infectadoyahorayoquehagola

matonoquieronopordiosla

matononononoquehago

quehagolavecinanoestaque

hagodiosmio.


Se levantó de un salto. No lo pensé dos veces, agarré la sartén por el mango y se la estampé en la cara. El aceite la quemó y ella se apartó aullando, con los trozos de la tortilla pegados a la piel que se levantaba en ampollas. El pelo que yo le acariciaba cada noche humeaba. Noté como lágrimas calientes explotaban en mis ojos Le pegué una patada y la tiré al suelo. Me puse de rodilla sobre ella y la golpeé con la sartén a modo de maza, con los ojos entreabiertos.
Unadostrescuatrojodercallatedeunaputavezcincoseissieteocho.
Oí hueso astillarse y un chof-chof. Dejó de moverse.


Por la puerta abierta entró la vecina. La viejecita llevaba dos bolsas de la compra.


Me observó, perpleja, los ojos como platos.


-¿E…está…muerta?


Me quité algunos restos de sesos del cuello y la barbilla y solté la sartén antes de vomitar. La anciana puso las bolsas en el suelo, se dirigió hacia la cama pasando por encima del cadáver de Kristín. Cogió la sábana y la usó para tapar el cuerpo...

-Le prepararé un té.

Primero intentó llamar por el fijo a los bomberos. Yo, sobre mis rodillas en el suelo, intentando recomponerme entre sollozos, miraba la sábana en el cuerpo muerto de mi amante. La sangre la iba tiñendo y borrando las manchas amarillentas de nuestro amor.

La vecina musitó algo mientras calentaba el agua en la tetera.

-¿Rojo o verde?

1 comentario:

Pablarian dijo...

Y en mitad de una dantesca escena de sangre y sesos, sorprendida ante la escena, la vieja se va a preparar un té y pregunta "¿Rojo o verde?" ... jajajajajaja. ¡Joder que bueno!